miércoles, 25 de abril de 2012

Ensayo


HACÍA EL DESARROLLO DEL DEBER MORAL COLECTIVO.

El hombre reconoce sutilmente la importancia de su existencia, lo que no hace de manera consciente es su total dependencia con la de los demás en pro del bienestar general y el propio, cuando lo hace adquiere un valor mo­ral funcional acorde con el propósito de un proyecto más grande que el de él, una iniciativa que funda país, nación y cultura. Colombia carece de una memoria histórica, de una identidad real que establece grandes retos que necesita subsanar para fortalecer y tratar de articular en una sola idea las moralidades de un territorio pluricultural determinado por su geografía, economías y tradiciones, elementos rectores que acumulan sentimientos del deber que establecen su dignidad. Piensa como su mente condicionada a su espacio le dice que debe hacer y cómo, dice como siente, obra como quiere, pero no piensa en lo que es como ser producto de un pasado.

La moral anhelada en el país se ha venido deteriorando por varias razones, entre ellas: la falta de estabilidad política en los últimos dos siglos, el conflicto armado producto de la no tolerancia y valoración de las diferencias, la falta de desarrollo económico, entre otras, aceptar las responsabilidades de nuestros propios yerros y rehusar su repetición representaría una definición estable de un valor moral que podría mantenerse y prosperar en medio de la temeridad al cambio. Una hora de bravura episódica no equivaldría al valor de Sócrates o de Spinoza, constante convergencia de pensa­miento y de acción, pulcritud de una condena frente a las insanas y frecuentes supersticiones del pasado que no han dejado pasó al avance, si existe una cultura de Colombia es la cultura del miedo y del abandono a los ideales de las clases menos favorecidas, efecto de la barbarie de competencia de las mismas elites del poder.

Llorar sobre leche derramada sería un bucle en el que nos encerraríamos ciegamente, la formulación de alternativas de reconstrucción se basaría más en empoderar a las juventudes que no tienen complicidad con el pasado y que se adaptan más fácilmente a tiempos divergentes. Cuando saben querer, se allanan a su voluntad las cumbres más vetustas. Savia renova­dora de los pueblos que ignoran la esclavitud de la rutina y no soportan la coyunda de la tradición. Sólo a través de nuevos prismas que sean estudiados y pulidos se definiría semillas fecundas para surcos vírgenes, como si la historia comenzara en el preciso momento en que forjan sus ensueños y enaltecen un atrás que nunca vivieron pero que edificaron con alicientes inspiradores. Obviamente no debe existir la comprensión inocua de la negación con su patria, más bien es releer la vida nacional y renovarla, es expresar inteligentemente el devenir del devenir que constituyen en una Nueva Generación, que es tal por su espíritu, no por sus años, la solución más optima.

La juventud es levadura moral de los pueblos. Cada generación anuncia una aurora nueva y con ella tiene segura recom­pensa en la sanción de la posteridad” (José Ingenieros, Las fuerzas Morales, Buenos Aires, 1925, pág. 5), y como la verdad es una idea de las universalidades temporalmente validadas, la formación y meditación de su ética moral confrontaría la efectividad de su renovación, en Colombia, recrearíamos la fusión del ideario en torno a la misma base de educación, de sus seguimiento y su legitimidad en la prueba reina de la funcionalidad y mayor grado de efectividad. La vida se condiciona por tantos factores que el código moral nunca podría ser general para todos los ciudadanos, pero si dejar puntualmente los mínimos y máximos morales permitidos frente al ejercicio de seres sociales y precisamente de colombianos, únicamente para un sujeto concreto determinado por su personal fe religiosa o por sus convicciones políticas subjetivas estaría dada a la línea de la llamada “contracultura norteamericana”, así comentada irónicamente por BLOOM una de las características de esta “contracultura”: “La respetable y accesible nobleza del hombre debe hallarse, no en la búsqueda o el descubrimiento de la vida buena, sino en la creación de un estilo de vida propio, de los que hay no uno, sino muchos posibles, ninguno comparable a otro. El que tiene un estilo de vida no está en competencia con nadie, ni es, por lo tanto, inferior a nadie, y por tenerlo puede gobernar su propia estima y la de los demás”. (BLOOM, A. El cierre de la mente moderna, Barcelona, 1989, pág. 148), dejando en el olvido lo propuesto en líneas anteriores con respecto al reconocimiento de una moral más general y no particular, a una identificación de la dependencia con el otro y de la otredad conmigo.

La rectitud es la proporción entre moral y el derecho. Tiene un valor superior al de la ley por su sinonimia con el concepto justicia y por lo tanto con lo que es moralmente aceptado bajo parámetros de los acuerdos entre los hombres, todo lo que es conveniente para las colectividades lo es para el desarrollo de  las mayorías, de acá que la creación de praxis ejemplificantes denuncien para una moralidad idealizada las correcciones a enmendar antes que las generaciones salvadoras se perviertan por conjuntos importantes de corrupción que los rodean, entre más alta su carga moral, mas inviolable sus principios y decisiones. La educación es el motor real y puente entre la familia formadora y la sociedad que la abarca, siendo su finalidad inmediata convertir al niño en ciudadano, al ciudadano en productor y propulsor de la integración solicitada a partir de décadas y siglos atrás, es la escuela en el país la que puede incitar la conexión de la vida social misma, con la familia, con la calle, con el pueblo, vinculada a los sentimientos, metas y esfuerzos idealizados por quienes pensamos que puede existir un futuro mejor, así como ellos deberán pensarlo en su propio momento. En cada región o ciudad conviene que la escuela refleje las actividades más necesarias a la vida, convirtiéndose en una prolongación del hogar, de sus valores y de las tradiciones a prolongar.

Analicemos por último y de manera conclutoria que el resultado de una u otra estrategia es el trabajo conjunto no sólo de nuevas generaciones con compromiso sino de consciencias actuales comprometidas a formular planes de transformación que tengan el aval de las instituciones del Estado, destacando que son parte relevante en difundir nuevos imaginarios que contribuyan a la creación de moralidades apegadas con los modelos de desarrollo a futuro (combinación de la lucha entre la variación y la herencia), que sepan afrontar los retos del día a día y sirvan de su historia para no devolvernos en ella y vivir etapas que considerábamos superadas, oponiéndonos a una premisa de la repetición de los hechos con las condiciones del presente en que vivamos. Que sientan la civilidad en un fondo moralista. Renán lo definió como temple uniforme para el esfuerzo y homogénea dis­posición para el sacrificio. Es conjunción de ensueños comunes para emprender grandes cosas y firme decisión de realizarlas.

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