HACÍA EL DESARROLLO DEL DEBER MORAL COLECTIVO.
El hombre reconoce sutilmente la
importancia de su existencia, lo que no hace de manera consciente es su total
dependencia con la de los demás en pro del bienestar general y el propio,
cuando lo hace adquiere un valor moral funcional acorde con el propósito de un
proyecto más grande que el de él, una iniciativa que funda país, nación y
cultura. Colombia carece de una memoria histórica, de una identidad real que
establece grandes retos que necesita subsanar para fortalecer y tratar de
articular en una sola idea las moralidades de un territorio pluricultural determinado
por su geografía, economías y tradiciones, elementos rectores que acumulan
sentimientos del deber que establecen
su dignidad. Piensa como su mente condicionada a su
espacio le dice que debe hacer y cómo, dice como siente, obra como quiere, pero
no piensa en lo que es como ser producto de un pasado.
La moral anhelada en el país se
ha venido deteriorando por varias razones, entre ellas: la falta de estabilidad
política en los últimos dos siglos, el conflicto armado producto de la no
tolerancia y valoración de las diferencias, la falta de desarrollo económico,
entre otras, aceptar las responsabilidades de nuestros propios yerros y rehusar
su repetición representaría una definición estable de un valor moral que podría
mantenerse y prosperar en medio de la temeridad al cambio. Una hora de bravura
episódica no equivaldría al valor de Sócrates o de Spinoza, constante
convergencia de pensamiento y de acción, pulcritud de una condena frente a las
insanas y frecuentes supersticiones del pasado que no han dejado pasó al
avance, si existe una cultura de Colombia es la cultura del miedo y del
abandono a los ideales de las clases menos favorecidas, efecto de la barbarie
de competencia de las mismas elites del poder.
Llorar sobre leche derramada sería un bucle en el que nos
encerraríamos ciegamente, la formulación de alternativas de reconstrucción se
basaría más en empoderar a las juventudes que
no tienen complicidad con el pasado y que se adaptan más fácilmente a
tiempos divergentes. Cuando saben
querer, se allanan a su voluntad las cumbres más vetustas. Savia renovadora de
los pueblos que ignoran la esclavitud de la rutina y no soportan la coyunda de
la tradición. Sólo a través de nuevos prismas que sean estudiados y pulidos se
definiría semillas fecundas para surcos vírgenes, como si la historia comenzara
en el preciso momento en que forjan sus ensueños y enaltecen un atrás que nunca
vivieron pero que edificaron con alicientes inspiradores. Obviamente no debe
existir la comprensión inocua de la negación con su patria, más bien es releer
la vida nacional y renovarla, es expresar inteligentemente el devenir del
devenir que constituyen en una Nueva Generación, que es tal por su espíritu, no
por sus años, la solución más optima.
“La juventud
es levadura moral de los pueblos. Cada
generación anuncia una aurora nueva y con ella tiene segura recompensa en la
sanción de la posteridad” (José Ingenieros, Las fuerzas Morales, Buenos Aires,
1925, pág. 5), y como la verdad es una idea de las universalidades
temporalmente validadas, la formación y meditación de su ética moral
confrontaría la efectividad de su renovación, en Colombia, recrearíamos la
fusión del ideario en torno a la misma base de educación, de sus seguimiento y
su legitimidad en la prueba reina de la funcionalidad y mayor grado de efectividad.
La vida se condiciona por tantos factores que el código moral
nunca podría ser general para todos los ciudadanos, pero si dejar puntualmente
los mínimos y máximos morales permitidos frente al ejercicio de seres sociales
y precisamente de colombianos, únicamente para un sujeto concreto determinado
por su personal fe religiosa o por sus convicciones políticas subjetivas
estaría dada a la línea de la llamada “contracultura norteamericana”, así
comentada irónicamente por BLOOM una de las características de esta
“contracultura”: “La respetable y
accesible nobleza del hombre debe hallarse, no en la búsqueda o el descubrimiento
de la vida buena, sino en la creación de un estilo de vida propio, de los que hay no uno, sino muchos
posibles, ninguno comparable a otro. El que tiene un estilo de vida no está en competencia con nadie, ni es, por lo
tanto, inferior a nadie, y por tenerlo puede gobernar su propia estima y la de
los demás”. (BLOOM, A. El cierre
de la mente moderna, Barcelona, 1989, pág. 148), dejando en el olvido lo
propuesto en líneas anteriores con respecto al reconocimiento de una moral más
general y no particular, a una identificación de la dependencia con el otro y
de la otredad conmigo.
La rectitud
es la proporción entre moral y el derecho. Tiene un valor superior al de la ley por su
sinonimia con el concepto justicia y por lo tanto con lo que es moralmente
aceptado bajo parámetros de los acuerdos entre los hombres, todo lo que es
conveniente para las colectividades lo es para el desarrollo de las mayorías, de acá que la creación de
praxis ejemplificantes denuncien para una moralidad idealizada las correcciones
a enmendar antes que las generaciones salvadoras se perviertan por conjuntos
importantes de corrupción que los rodean, entre más alta su carga moral, mas
inviolable sus principios y decisiones. La educación es el motor real y puente
entre la familia formadora y la sociedad que la abarca, siendo su finalidad inmediata
convertir al niño en ciudadano, al ciudadano en
productor y propulsor de la integración solicitada a partir de décadas y siglos
atrás, es la escuela en el país la que puede incitar la conexión de la vida
social misma, con la familia, con la calle, con el pueblo, vinculada a los sentimientos, metas y esfuerzos idealizados por quienes pensamos que puede existir un
futuro mejor, así como ellos deberán pensarlo en su propio momento. En cada
región o ciudad conviene que la escuela refleje las actividades más necesarias a la vida, convirtiéndose en una prolongación del hogar, de
sus valores y de las tradiciones a prolongar.
Analicemos por último y de manera conclutoria que el resultado de una u
otra estrategia es el trabajo conjunto no sólo de nuevas generaciones con
compromiso sino de consciencias actuales comprometidas a formular planes de
transformación que tengan el aval de las instituciones del Estado, destacando
que son parte relevante en difundir nuevos imaginarios que contribuyan a la
creación de moralidades apegadas con los modelos de desarrollo a futuro
(combinación de la lucha entre la variación y la herencia), que sepan afrontar
los retos del día a día y sirvan de su historia para no devolvernos en ella y
vivir etapas que considerábamos superadas, oponiéndonos a una premisa de la
repetición de los hechos con las condiciones del presente en que vivamos. Que
sientan la civilidad en un fondo moralista. Renán lo definió como temple uniforme para
el esfuerzo y homogénea disposición para el
sacrificio. Es conjunción de ensueños comunes para emprender grandes cosas y firme decisión de
realizarlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario